Luisa – Pequeños sacrificios

Nuestro Señor al Siervo de Dios Luisa Piccarreta el 15 de agosto de 1927:

Es mi costumbre que, cuando pido a la criatura un pequeño sacrificio por su bien y, ingrata, me lo niega, ya no quiero confiar en ella, desestimo mis designios de elevarla a grandes cosas y la dejo como una criatura olvidada, a la que nadie señala por sus grandes obras o heroísmo, ni por Dios, ni por sí misma ni por los pueblos. Entonces, debes distinguir lo que yo quería de Adán —el pequeño sacrificio de privarse de un fruto—, y no me fue concedido. ¿Cómo podía confiar en él y pedirle un sacrificio mayor? En cambio, a Abraham no le pedí un fruto como sacrificio, sino que primero le pedí que fuera a una tierra extranjera donde no había nacido, y él me obedeció de inmediato; y luego quise confiar más en él, lo colmé de gracia y le pedí el sacrificio de su único hijo, a quien amaba más que a sí mismo, y él me lo sacrificó de inmediato. Desde entonces supe que estaba a la altura, y que podía confiar en él; podía confiarle todo. Se puede decir que fue el primer reparador a quien se confió el cetro del futuro Mesías, y por eso lo elevé a la cabeza de las generaciones, para gran honor de Dios, así como para el suyo propio y el de los pueblos.

Lo mismo ocurre con todas las criaturas. Es mi manera habitual de pedir pequeños sacrificios: privarse de un placer, de un deseo, de un pequeño interés, de una vanidad, o desprenderse de algo que parece no hacerle daño. Estas pequeñas pruebas sirven como pequeños apoyos sobre los que depositar el gran capital de mi gracia para disponerlas a aceptar mayores sacrificios. Y cuando el alma me es fiel en las pequeñas pruebas, entonces abundo en gracia y pido mayores sacrificios, para poder abundar aún más en la entrega, y hago de ella un portento de santidad. ¡Cuántas santidades nacen de un pequeño sacrificio! Y cuántas, tras negarme un pequeño sacrificio, por parecerles algo sin importancia, han quedado flacas en el bien, cretinas en comprenderlo, débiles en el camino que lleva al Cielo. Pobres, se las ve arrastrándose y lamiendo la tierra de una manera que inspira compasión. Por eso, hija mía, hay que prestar mayor atención a los pequeños sacrificios que a los grandes, porque los pequeños son la fuerza de los grandes, disponen a Dios a dar la gracia y al alma a recibirla.

 

Publicado en Luisa Piccarreta, Mensajes.