Escritura – El Anti-Evangelio

Hay una marcada diferencia entre los resultados postsinodales actuales en comparación con el pontificado de San Juan Pablo II, cuyo memorial conmemoramos hoy. Fue este gran Santo, que oteando el horizonte de la humanidad en 1976, declaró proféticamente sobre la Iglesia:

Estamos ahora ante el enfrentamiento final entre la Iglesia y la anti-Iglesia, del Evangelio contra el anti-Evangelio, de Cristo contra el anticristo... Es una prueba... de 2,000 años de cultura y civilización cristiana, con todos sus consecuencias para la dignidad humana, los derechos individuales, los derechos humanos y los derechos de las naciones. —Cardenal Karol Wojtyla (JUAN PABLO II), en el Congreso Eucarístico, Filadelfia, PA; 13 de agosto de 1976; cf. Catholic Online (Las palabras anteriores fueron confirmadas por el diácono Keith Fournier, quien asistió ese día).

Y así es: hoy asistimos al surgimiento de un falso evangelio, propagado nada menos que por obispos y cardenales que contradicen abiertamente la enseñanza católica.[ 1 ]p.ej. esta página y esta página Detrás de sus sofismas hay un Anti-misericordia — una falsa compasión que excusa e incluso celebra el pecado bajo las falsas virtudes de la “tolerancia” y la “inclusividad”. Por el contrario, el Evangelio auténtico se llama “buena noticia” precisamente porque no nos deja en las cadenas del pecado, sino que proporciona un medio para convertirse en una nueva creación en Cristo: uno que está libre de los poderes de las tinieblas, las pasiones de la carne y la condenación del infierno. A cambio, el alma que se arrepiente del pecado está infundido con la gracia santificante, está lleno del Espíritu Santo y está facultado para compartir la Naturaleza Divina. Como escuchamos a San Pablo proclamar en este pasado Primera lectura de la misa del lunes:

Todos nosotros una vez vivimos entre ellos en los deseos de nuestra carne, siguiendo los deseos de la carne y los impulsos, y éramos por naturaleza hijos de ira, como los demás. Pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor que nos tuvo, aun estando nosotros muertos en nuestros pecados, nos dio vida con Cristo (por gracia habéis sido salvados), nos resucitó con Él, y con Él nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús… (cf. Ef 2-1)

En un Exhortación apostólica post-sinodal, San Juan Pablo II afirmó una vez más 2000 años de Tradición y las claras enseñanzas de la Sagrada Escritura sobre la necesidad de conversión y arrepentimiento, es decir. “autoconocimiento” — para que no seamos engañados, condenándonos así a nosotros mismos:[ 2 ]cf. 2 Tesalonicenses 2: 10-11 

En las palabras del apóstol San Juan, “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo y perdonará nuestros pecados”. Escritas en los albores mismos de la Iglesia, estas palabras inspiradas introducen mejor que ninguna otra expresión humana el tema del pecado, que está íntimamente relacionado con el de la reconciliación. Estas palabras presentan la cuestión del pecado en su dimensión humana: el pecado como parte integrante de la verdad sobre el hombre. Pero inmediatamente relacionan la dimensión humana con su dimensión divina, donde el pecado es contrarrestado por la verdad del amor divino, que es justo, generoso y fiel, y que se revela sobre todo en el perdón y en la redención. Así San Juan también escribe un poco más adelante que “cualquier acusación que (nuestra conciencia) pueda levantar contra nosotros, Dios es más grande que nuestra conciencia”.

Reconocer el propio pecado, en efecto -penetrando aún más profundamente en la consideración de la propia persona- reconocer uno mismo como pecador, capaz de pecar e inclinado a pecar, es el primer paso esencial para volver a Dios. Por ejemplo, esta es la experiencia de David, quien “habiendo hecho lo malo ante los ojos del Señor” y habiendo sido reprendido por el profeta Natán, exclama: “Porque yo conozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado y he hecho lo malo delante de tus ojos. Del mismo modo, el mismo Jesús pone en los labios y en el corazón del hijo pródigo las siguientes palabras significativas: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti”.

En efecto, reconciliarse con Dios presupone e incluye el desprendimiento consciente y decidido del pecado en el que se ha caído. Supone e incluye, por tanto, hacer penitencia en el sentido más amplio del término: arrepentirse, mostrar ese arrepentimiento, adoptar una actitud real de arrepentimiento, que es la actitud de quien emprende el camino de regreso al Padre. Esta es una ley general y que cada individuo debe seguir en su situación particular. Porque no es posible tratar el pecado y la conversión sólo en términos abstractos.

En las circunstancias concretas de la humanidad pecadora, en la que no puede haber conversión sin el reconocimiento del propio pecado, el ministerio de la reconciliación de la Iglesia interviene en cada caso particular con una finalidad penitencial precisa. Es decir, el ministerio de la Iglesia interviene para llevar a la persona al “conocimiento de sí mismo” -en palabras de santa Catalina de Siena- al rechazo del mal, al restablecimiento de la amistad con Dios, a una nueva ordenación interior, a una nueva conversión eclesial. En efecto, incluso más allá de los límites de la Iglesia y de la comunidad de los creyentes, el mensaje y el ministerio de la penitencia se dirigen a todos los hombres y mujeres, porque todos necesitan conversión y reconciliación. —”Reconciliación y Penitencia”, n. 13; vaticano.va

 

—Mark Mallett es el autor de La Palabra del Ahora, La confrontación final, y co-fundador de Countdown to the Kingdom

 

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1 p.ej. esta página y esta página
2 cf. 2 Tesalonicenses 2: 10-11
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