Jesús a Pequeña maría el 21 de febrero de 2024:
“Convertirse en signo de Dios” (Lecturas de la Misa: Jonás 3:1-10, Salmo 50, Lucas 11:29-32)
Mi pequeña María, en la primera lectura se levanta un grito en la gran ciudad de Nínive. Jonás advierte: “Arrepiéntanse o la ciudad será destruida en cuarenta días”. Los habitantes escuchan y aceptan su llamado, y el rey y los ciudadanos, grandes y pequeños, ricos y pobres, hacen penitencia, visten cilicio y ayunan, pero sobre todo reparan su pecado, apartando su corazón del mal. Este es el sacrificio que agrada a Dios: no que el hombre rasgue sus vestidos y haga sacrificios, sino que se convierta, que cambie su corazón de malévolo a bueno. Una vez que se cambia el corazón de una persona, todo su comportamiento y su vida cambian, orientándose hacia el bien. Ante el arrepentimiento de Nínive, Dios retira su mano que estaba dispuesta a golpearla y retira cualquier intención de destrucción.
También hoy cuántos mensajes se dan, cuántas profecías auténticas que van dando aviso en nombre de Dios de los tiempos anunciando la gran purificación que ya se está realizando. Si los hombres se convirtieran, si dirigieran su mirada al Padre Celestial, los castigos anunciados serían retirados. Si muchos hicieran las paces, muchas de estas advertencias serían limitadas y mitigadas. Sin embargo, si no se produce ningún cambio, estas profecías se harán realidad en su plenitud. La profecía, incluso si es cierta, es siempre relativa y está condicionada por el comportamiento y la respuesta del hombre.
No es Dios quien quiere el castigo, pero éste se hace necesario para la salvación del hombre. El Santísimo Padre siempre interviene y obra impulsado por el amor en cada acción, e incluso Su justicia deriva de Su amor para ayudar a las personas a que no se dispersen, a que no se pierdan. Su posición es siempre la de dar sufrimiento y expiación con el propósito de la salvación. Es similar a cuando un niño está a punto de caer a un precipicio; para que no caiga y muera, así como el padre tiene que agarrarlo fuerte para evitar que caiga, así lo hace el Padre con Sus criaturas.
¿Por qué la gente no se convierte? Como no creen, no tienen fe. Dicen que necesitan señales para sus creencias, sin comprender que Dios ya ha dado la señal suprema en su Hijo crucificado y resucitado. Ahora os pide que vosotros mismos, viviendo vuestra propia cruz y resurrección, injertados en Cristo, seáis signos para vuestro prójimo, para que todavía crean. Cada uno de vosotros que se convierte se vuelve esencial para todos, convirtiéndose en un signo de luz que emana el resplandor que ilumina la oscuridad a su alrededor.
Meditad cómo, con sólo doce personas en los apóstoles, se desató la explosión de un mundo enteramente pagano, volviéndose hacia las realidades divinas en el único Dios y Señor.
¿Cuándo es que una persona cambia de corazón y enmenda su mal pasado? Cuando se aprende a amar, cuando el amor penetra, cuando hay un encuentro con el propio Señor y, conociéndolo, la persona lo ama con un amor que tiene prioridad en el corazón y descarta lo demás que no le pertenece, lo que es superflua, vana y contraria a Él.
En el amor de Dios descubrís un tesoro precioso que da valor auténtico a aquello que hay que buscar y experimentar, y adquirís la fuerza para alejar y vencer todo mal, toda tentación y pecado que antes os tenía prisioneros. Sólo entonces hay una señal. Identificados con Cristo crucificado y resucitado, lleváis su anuncio y llamada a vuestros hermanos, teniendo la claridad y el vigor para llamarlos a la conversión, no sólo para los tiempos predichos mediante las profecías de los diversos castigos anunciados, sino ya para sus propio criterio personal, para la vida individual de cada persona que necesita recibir la salvación para su eternidad.
Te bendigo.